Hacía ya mucho tiempo que quería visitar la isla por el típico motivo de conocer Cuba “antes de que muera Fidel”. Pero después de comprarme la “Guía del Trotamundos” y empezar a leerla, me di cuenta que había mucho más que conocer y ver de Cuba. Eso si, desde el primer momento que se lo dije a mis amigos que iba a ir a Cuba, un guiño de picardía apareció junto con “¡Anda, pirata, no sabes nada!”, relacionado con el otro tipo de “turismo” que hay en Cuba.
Como lo decidimos entre mi compañero de viaje (italiano) y yo con mucha antelación y ambos teníamos muchos amigos cubanos, tuvimos tiempo suficiente de recoger contactos, recomendaciones y avisos. No programamos un típico paquete con hotel y excursiones, sino que decidimos ir por libre y alojarnos en “casas particulares”, una alternativa barata a los hoteles donde el propio dueño de una casa puede alquilar habitaciones a turistas. Tampoco decidimos ir a los destinos más demandados, como “Varadero”, algo que queríamos evitar desde el principio. Y a la hora de comer, elegimos los “paladares” o los puestos callejeros de comida, donde se podía pagar en pesos cubanos.
Llegamos a La Habana después de un montón de horas en avión desde París (porque en esa época estaba viviendo en Gales) y lo primero que me chocó no fue el calor, sino la humedad casi asfixiante. Y lo segundo que la policía, la misma policía cubana, intentaba crear o buscar “problemas” (mas bien inventarlos) que no existían para sacarse un sobresueldo a costa del turista.
Nos vino a recoger el cuñado de un amigo mío en un coche de los años 50 que funcionaba… con petróleo!. Después de unos días de estancia en La Habana nos dimos cuenta de que la vida cubana “no es fácil” o “es una lucha” (como dirían los mismos cubanos). No voy a extenderme en esto porque supongo que os imagináis a qué me refiero.
A mi personalmente me encantó de La Habana, el malecón, los edificios pintados de colores (aunque en estado ruinoso), los mojitos nocturnos, el zumo de guayaba, los paseos por los barrios populares y la atmósfera musical que existe las 24 horas del día. Eso si, se me hizo muy pesado el tener que aguantar el “acoso” (eso si, con mucho arte) de la gente en todo lo imaginable y por imaginar…
Después decidimos alquilar un coche por 2 semanas para recorrernos el resto de la isla. ¡Lo de circular por la autopista cubana si que fue “turismo de aventura”!. Fuimos a Viñales (un pueblo precioso, rodeado de los famosos “mogotes”) y Cayo Levisa, una isla paradisíaca con unas cabañas rozando la orilla del mar. Después decidimos continuar hasta la punta oeste de la isla, hasta la playa de “María la Gorda” en la reserva de la Biosfera de Guanahacabibes. Para mí fueron los mejores días de mi viaje, ya que el paraje es espectacular en todos los sentidos, fue la mejor playa en la que he estado en mi vida, hice submarinismo (avisté un tiburón ballena, pescamos y nos comimos la captura en el mismo barco), hicimos amistad con las gentes del pueblo, pernoctamos en un antiguo radar militar (toda una experiencia), fuimos a las fiestas del pueblo, etc…
Después decidimos visitar la otra mitad de la isla y llegamos a Trinidad, para mí la ciudad más bonita de Cuba, donde nos quedamos 3 días. También nos encontramos con gente maravillosa, como en “María la Gorda”, espontánea, dulce y dicharachera. Decidimos seguir hacia la punta este pasando por Guantánamo (vimos de lejos la base americana y las increíbles medidas de seguridad) y llegamos hasta Santiago (que me decepcionó un poco) y Baracoa (con sus plantaciones de cacao y sus playas). Y desde allí, volver a La Habana, pero por carreteras secundarias, algo que no recomiendo a nadie porque no están asfaltadas y pueden ser peligrosas (si las autopistas son “turismo de aventura”, las carreteras secundarias es “deporte de riesgo”). Eso si, vimos muy de cerca la Cuba “no oficial”, la de fábricas en medio de la nada con unos niveles de contaminación “chernobylianos”.
De vuelta a La Habana salimos varios días a las playas del este, playas populares (creo que éramos los únicos turistas) donde conocimos más gente y compartimos langostas (eso si, eran mucho mejores las de Baracoa).
Mi amigo y yo regresamos muy contentos de cómo improvisamos el viaje y del resultado. A pesar de algunos problemas que tuvimos (algo normal cuando te sales del “circuito turístico” en Cuba) la experiencia sigue siendo inolvidable. Es más, todavía seguimos en contacto con gente que conocimos. Cuba es un país increíble, pero sus gentes lo son todavía más.